Tenía muchas ganas de llegar a una de las ciudades más importantes a nivel mundial como es Sydney. Las expectativas después de ver Melbourne y Brisbane me habían hecho ilusionarme. Puedo confirmar que no me ha defraudado.
El ambiente en la ciudad es espectacular. Multicultural a niveles inimaginables, calidad de vida, actividades al aire libre por cualquier lugar que pases, historia... Y sí, digo historia porque Sydney es la ciudad más antigua de todo el país. Fue el primer asentamiento inglés en establecerse de manera continuada, aunque fueran presos. Los ingleses utilizaron Sydney como centro penitenciario de sus colonias de ultramar y de, por ejemplo, lo que actualmente son los EEUU.
La ciudad es inmensamente grande. Tiene 4,5 millones de habitantes, el equivalente a Madrid, pero viviendo en zonas residenciales de viviendas unifamiliares. Además la uniforme configuración de la ciudad originadas por la bahía a la que la ciudad abraza, hace que orientarse no sea fácil. Por suerte el servicio de transporte público es increíble. Cercanías, bus, tranvía y ferrys hacen que moverse por la ciudad sea muy sencillo pero bastante caro. Un detalle que deberían aprender las ciudades europeas es la gratuidad de algunas líneas de masiva afluencia. Aquí hay una línea de bus, la 555, que une Circular Quay y Central Station. Volviendo a Madrid sería como unir Plaza España con Atocha completamente gratis.
El primer día y por casualidad encontramos un Free Tour. Es una actividad en la que voluntarios te muestran la ciudad a cambio de una propina que queda en manos del guiado decidir el importe. Es una iniciativa muy buena y que sirve para conocer esos pequeños detalles que solo conocen los locales, en este caso, los sydneysiders, y que ni si quieran aparecen mentadas en guías como la Lonely Planet.
Limpia como las capitales del norte de Europa, alegre y soleada como las de sur. Sería una manera simple de poner adjetivos a esta ciudad, pero es así. Me encanta.
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