Tras la
espectacular noche de fuegos artificiales en Sídney el día de año nuevo nos
cocinamos en el hostel una copiosa comida comprada en el Fish Market con
anterioridad. Púlpitos, mejillones de Nueva Zelanda y langostinos. ¿Qué os
parece el banquete? El Fish Market es la segunda lonja de pescado más grande
del mundo tras la de la ciudad de Tokio. Los alrededores de la bahía de Sídney,
bañada por el Pacífico, son ricos en pescados y mariscos. Con tristeza y la
panza llena nos dirigimos al aeropuerto. Tras abandonar Sídney hicimos escala
en Adelaida y después de 16 horas de vuelo en total, por fin llegamos al Emirato de Dubái.
Dubái pertenece
a los Emiratos Árabes Unidos. EAU es un conjunto de Emiratos de la península
arábiga formada por siete emiratos. De todos es conocida la opulencia y riqueza
de estos lares. Pues bien, no todos han tenido la misma fortuna de estar sobre depósitos
de petróleo. Centrémonos en Dubái.
Cuando aterrizas
en el Aeropuerto Internacional de Dubái ya te das cuenta del poder que hay
aquí. Suelos de mármol, columnas majestuosas, cataratas de más de cinco plantas dentro del aeropuerto... Llegas y recuerdas todo lo que sabes de aquí, como
las islas artificiales con forma de palmera, hoteles con grifos de oro... Lo
primero que piensas es que te va a costar un ojo de la cara el transporte y el
comer. Nada más lejos de la realidad. Si bien es cierto que Dubái es lujo, no
todo el mundo es ultra millonario o va con súper coches por la calle. Hay un
gran abanico de precios. Si tienes dinero no hay límite para tus caprichos, pero
si tienes un perfil económico bajo todo está a tu alcance. No voy a entrar a
valorar los sueldos de indios y pakistaníes que son explotados tanto aquí como
en otros países de la península arábiga (no tuvimos tiempo de conocer esa realidad),
pero Dubái puede ser accesible para el común de los mortales.
En las próximas
entradas os contaremos cómo fueron los días en la capital del lujo y las
excentricidades.
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